Mi Peor Caso

Ya han pasado meses desde el caso de la señora Stevens.

Estoy cansado. Aburrido. No hay nada que hacer. Parece que el crimen se ha dormido. Y eso me molesta. La policía está sin trabajo. Las personas caminan tranquilas por las calles, despreocupadas. Y yo, trato de lidiar con mis alumnos de 7º grado. Se creen que ya son adultos, que pueden hacer lo que quieren. Los diarios, casi vacíos, solo imprimen noticias de política, de economía y eso. Cosas que ya a nadie le interesa.

Mientras salgo de la escuela, veo que hay mucho revuelo ahí fuera, se escuchan sirenas de policía, y unos tiroteos. “Que raro”, sonrío, ese sonido me reconforta, hacia tiempo que no escuchaba algo así. Eso me llena de vigor, así que echo a correr hacia el lugar de los hechos. No queda muy lejos, solo un par de cuadras.

Llego, me tomo un respiro, veo a mi alrededor, me sorprendo, me asusto, me enojo, me… me lleno de varios sentimientos a la vez. Todo confort del cuál estaba lleno hace unos minutos atrás, desaparecieron. ¿La razón? Lo que veía a mí alrededor. Una masacre. Una verdadera masacre de película. Los cadáveres, junto con la desolación, son los personajes principales. Yo, y dos patrullas de policía que acaban de llegar, los únicos personajes vivos.

Nunca había visto algo así en toda mi vida. Salgo de ahí. Mi instinto de investigador ha desaparecido. Normalmente me habría quedado a investigar el lugar, los cadáveres, etc. Pero esta vez, lo único que quiero es alejarme de este horrible paisaje.

 

Llego a mi casa, ya adentrada la noche, abrumado. Me tiro en la cama y lo único que quiero hacer es olvidar todo eso. Apago las luces, me duermo, me despierto, me vuelvo a dormir, me vuelvo a despertar, me agarra insomnio, me levanto, ceno, me acuesto, espero, no duermo, amanece, me levanto, desayuno, prendo la televisión, la apago.

“Rutina, te odio” pienso “Tengo que resolver ese caso, antes de que termine por atormentarme”

En la estación de policía, hay más actividad de la que hubo en los últimos cuatro meses juntos. Me pregunto por qué. Voy directamente a preguntar sobre la masacre del día anterior. El jefe de policía me evade y pide a uno de los oficiales que me atienda. “Debe estar muy ocupado” pienso.

Me dan los detalles del acontecimiento.

“Robo de banco en pleno horario laboral. 50 millones de dólares extraídos del establecimiento. Alrededor de 20 victimas mortales y 10 gravemente heridas. Cinco delincuentes involucrados, armados con metralletas y escopetas. Tres sospechosos arrestados e interrogados. Todos han confesado ser los autores del crimen. Afirman haber sido contratados, pero se niegan a decir dónde está el dinero, dónde consiguieron las armas y quién los contrató. No lo saben, recibieron el encargo y el pago, dicen, en sus hogares mediante un mensajero encapuchado.”

Hemos allanado los hogares de estos delincuentes. Encontramos las armas empleadas en el crimen. Además encontramos los cheques de $200.000 con los que habrían sido pagados. – añade el oficial, algo nervioso.

Esta persona debe ser alguien muy inteligente. No dejó ninguna pista sobre su paradero – comento yo. Recuerdo mi último caso, y añado: – O eso parece. ¿Me deja ir a revisar los hogares?

Emm… – el oficial duda – OK, pero debe ir acompañado por un oficial de la policía.

¡Soy parte de la policía! – me sobresalto – ¡Usted solo hágame la orden para que yo pueda ir!

Ok, ok… – el oficial se aleja, dudando. Parece que lo asusté.

Me despido de todos y me voy para mi casa. Para mañana la orden estará lista. Y podré llegar al fondo de esto. No cometeré el mismo error dos veces. Lo aprendí en mi ultimo caso: “A veces, las pistas fundamentales están donde la policía menos se lo espera, y por donde siempre suelen pasar por alto”

Creo que, al empezar a investigar esa atrocidad, mi mente se tranquilizó así que, esta noche, dormí como un bebé.

Me levanto totalmente revitalizado. Me siento un hombre nuevo, esta noche me hizo recuperar todas mis energías. ¿Por qué? No se.

Me dirijo a la comisaría para pedir mi orden de allanamiento. Pero en el camino, algo me llama la atención. Me encuentro en la escena del crimen, la misma escena, pero sin las victimas esparcidas por todas partes. El mismo escenario que el otro día ignoré, ahora me llama la atención. No se si soy yo, pero en el aire hay un olor a combustible impresionante. En medio de la calle, veo de donde proviene. Justo en medio de la carretera, hay un charco de gasolina, del cual sale un fino rastro que, seguramente, la policía debió haber ignorado por completo. Me dispongo a seguirlo ya que, debido a lo que dormí esa noche, estaba lleno de energía, lista para ser utilizada.

Llevo caminando por estas desiertas calles, quien sabe por cuanto tiempo. Toda la energía que tenia resguardada, se vio agotada al instante, debido al intenso calor que tengo que aguantar.

Justo cuando estoy a punto de desistir, justo cuando mi cuerpo está a punto de rendirse, veo donde termina el rastro. El vehiculo, que seguramente se había quedado sin gasolina, debido a la perdida que tenia, ingresó al estacionamiento a recargar… o eso creo.

El rastro no sigue desde ese punto. Extrañamente, el rastro de gasolina finaliza en uno de los puestos de carga, en donde hay una gran acumulación del combustible. Solo hay una razón para ello y tengo que confirmarla.

Entro al local, hablo con uno de los que atienden y le pregunto:

¿Ha visto usted esa pérdida de gasolina que tenía uno de sus clientes?

¿Que perdida? No, no he visto nada. – el hombre mira hacia el lugar y exclama – ¡No, que desastre! ¡¿Quien va a limpiar eso ahora?! ¡No pienso hacerlo yo!

Éste está fingiendo. Lo noto en su tono de voz, y en su expresión. Le sigo la corriente:

Así que, ¿no sabe quien pudo haber sido el dueño del auto que perdía?

No, no tengo ni idea – se apresura a responder el muchacho.

¿Cómo que no sabe? ¿Cómo es posible que el rastro se termine ahí, sin que alguien le haya hecho unas modificaciones al auto? – decido presionarlo – Quiero que me responda con la verdad. Puedo recurrir a recursos más drásticos para obtener las respuestas que quiero. – meto la mano en el bolsillo del jean, fingiendo buscar algo.

¡Bueno, bueno! – teme por su vida – Me sobornaron para que repare la perdida y para que no diga nada. Por favor no me delate, me pagaron, pero también me amenazaron.

No hay problema – lo tranquilizo – esto queda acá y entre nosotros. Solo dígame todo lo que sabe.

En realidad no se mucho, solo lo que cualquier persona en mi lugar podría saber.

Eso también me sirve.

Ok, era un coche patrulla, en donde conducía un oficial de policía, que llevaba a otros cinco encapuchados y armados hasta los dientes.

¿Así que los “hombres de la ley” ahora se pasaron para el otro lado? – bromeo – Y… ¿sabe a donde se dirigían?

No me lo dijeron, pero los escuche hablar de un galpón al final de la calle, unos cuantos kilómetros al sur.

“¡Ni loco vuelvo a caminar!” pienso.

¿No me puede conseguir algún medio de transporte? – le digo, mientras retiro un par de billetes del bolsillo – Me sería de mucha ayuda

Le consigo un remis ahora mismo – los ojos del hombre se abrieron como platos al ver los billetes, como se nota que hace mucho que no le pagan el sueldo – espéreme un segundo.

No tardó ni dos minutos

– Ya está llegando, señor.

¡Gracias por tu ayuda! ¡Te lo mereces! – le digo mientras le entrego un par de billetes de $50.

 

Me acerco a la esquina y empiezo a contar los autos que pasan por la calle, para pasar el tiempo. Inútilmente, con suerte pasaron dos o tres autos, y no porque el remis haya llegado rápido, sino porque la calle parecía un “desierto urbano”. Después de media hora, llega el remis haciendo una gran polvareda por la velocidad a la que va. Me subo, le doy las indicaciones, y me dispongo a pensar en cuál será el siguiente paso.

Llegamos mas rápido de lo que me esperaba. Le pago el viaje al chofer, le deseo suerte y me encamino hacia el galpón del que me habló el joven de la estación de servicio.

Se había largado a llover, y yo no me había dado cuenta hasta que me bajé del remis. El paisaje cambió, de un momento al otro, de un ambiente árido y desolado, a otro húmedo, lluvioso y, a mi parecer, más lindo. Ya casi no siento las piernas, pero podré caminar por unos minutos más.

El portón del galpón esta entreabierto, temo que haya alguien vigilando, pero confío en mi habilidad para escabullirme y esconderme entre los objetos, así que me adentro en el oscuro lugar. Es una fábrica abandonada. Todavía están las viejas maquinas, totalmente oxidadas, y el techo, bastante agujereado. El ambiente es bastante sombrío, se escucha el sordo ruido de las gotas de lluvia al penetrar por los agujeros del techo, también se escuchan los truenos y el escalofriante ruido que hace el viento. Es el lugar ideal para hacerle una broma pesada a alguien y pegarle tal susto, que el pobre se muera de un infarto. No puedo evitar soltar una pequeña risita al pensar en eso, lo cual, desgraciadamente, despierta a unos perros guardianes que se encontraban durmiendo en una esquina del galpón.

Ambos perros se levantan y, al verme, automáticamente abren la boca, dejando ver sus blancos y afilados dientes dentro. Por desgracia, las malas noticias no terminan ahí, mis piernas pierden totalmente el equilibrio y caigo al suelo arrodillado. Eso me estremeció. Dos perros rottweiler contra un hombre totalmente desarmado y casi sin fuerzas. Pienso “este es mi fin” esperando las fatales mordidas que me llevarían directamente a la muerte. Los perros atacan y, para mi sorpresa, lo único que siento en ese momento es el horrible hedor del caliente aliento de los perros respirándome en la cara.

Había cerrado los ojos, para no ver el fin. Los abro, veo, en frente mío están los dos perros, mirando y respirándome en la cara. Una gran cadena los mantuvo atrapados, impidiéndoles avanzar mas. Me alivio. Me había salvado.

Noto algo diferente en la cara de esos feroces perros. Parecen tristes. Lentamente me acerco, con miedo de que reaccionen inesperadamente. No lo hicieron. Me dan confianza. No se porque pero, de un momento a otro, pasé de tenerles miedo a sentir compasión.

Los acaricio. “Son mas mansos que una oveja” pienso. Me generaron tanta lástima que, antes que nada, me dispongo a liberarlos. No me costó mucho encontrar donde estaban enganchadas las cadenas y, con un caño que encontré por ahí, empiezo a propinarle unos buenos golpes a la reja. Después de unos minutos, logro romper las cadenas. Los perros, que estaban mirándome fijamente mientras trabajaba, se dirigen hacia mí en un veloz galope que me sorprende. Su expresión cambió drásticamente. Ahora, los dos perros se abalanzaron hacia mí con una felicidad inexplicable. Empezaron a lamerme, expresando su gratitud. Luego me sueltan, y empiezan a juguetear con tanta euforia, que esa escena me conmovió. No pude evitar las lágrimas. Entendí que todo ser vivo, incluso los animales y las mascotas, necesitan gozar de libertad. Esto me hizo casi olvidarme de para qué había venido.

Reacciono. “Pueden volver en cualquier momento” pienso. Tengo que apresurarme.

Inspecciono rápidamente el lugar, encuentro lo que estaba buscando. El auto, lo aparcaron al fondo del depósito. Ingreso en él.  Reviso todo. Sonrío. He encontrado pruebas. Ahí estaba todo. El oficial fue tan tonto, que dejó su insignia junto con su arma y su gorro de policía. Puedo hacer investigar esto, y encontraré al culpable.

Salgo del galpón apurado. Miro a mi alrededor y grito: “¡Soy un estúpido!”

Dejé que el remis se fuera, así que ahora no tengo medio de transporte. Sin pensarlo empiezo a caminar bajo la lluvia, la cual todavía no ha terminado.

Lo bueno es que, por más que llueve, hace bastante calor. Así que tranquilo me dirijo a mi casa con las pruebas y, obviamente, los perros. Éstos me siguieron desde que los solté, siempre jugueteando.

Después de caminar durante horas, no se cuantas, llego a mi casa, subo las escaleras, casi sin fuerzas. Entro a mi departamento, dejo las pruebas arriba de la mesa y me voy a la cama, sin pensar en nada. Los perros se acuestan en los sillones y en la alfombra. No me importa. Estoy destrozado. Lo único que quiero es dormir.

 

No se durante cuanto dormí. Puede que 1 día, puede que más. Lo único que sé es que me desperté enfermo, con una gripe horrible que pesqué durante la lluvia

Escucho el teléfono pero no reacciono. No me levanto. “Que conteste el contestador automático” me desintereso.

Sigo descansando en mi casa, hasta que me curo, no se cuanto tiempo pasó.

Dejo los perros en mi casa, y voy a la estación de policía. Allí, todo se había calmado. Ya nadie le daba importancia a la masacre. Ya habían arrestado e interrogado a los otros dos fugitivos. Obtuvieron las mismas respuestas. Juzgaron y condenaron a los delincuentes a cadena perpetua y, “a otra cosa mariposa”.

Nadie me presta atención. Ni siquiera quieren analizar lo que encontré.  Dicen que no tiene sentido, que ya está todo arreglado. Desilusionado, mientras salgo del lugar, un oficial, que había sospechado algo parecido a lo mío, accede a investigar la proveniencia de estas pistas.

Los resultados son más de lo que esperé. Los objetos no pertenecían a cualquier oficial. Pertenecieron al jefe de policía. “¡Ah! ¡Por eso era que me evadía!” Hay que arrestarlo.

El jefe está ocupado – dice el guarda de la oficina.

No nos importa.

Irrumpimos en el despacho, arrestamos al jefe, y lo interrogamos.

– ¡Lo único que quería era que la policía tuviese algo de actividad! Estaba muy aburrido. ¡No había nada para hacer!

Me sorprendo, justo en eso estaba pensando yo cuando la masacre ocurrió.

Pero esa no es la forma, podrías haber enviado a los policías junto con usted a hacer servicio comunitario o algo por el estilo.

No es lo mismo. Yo quería persecuciones, enigmas, misterios. ¡Y me habría salido con la mía de no ser por usted y sus estúpidos perros!

Me río. Esa frase me hizo acordar a una serie que veía cuando era niño, y con la cual me interesó el tema de la investigación. “Scooby Doo” era ese programa. “Me habría salido con la mía de no ser por ustedes, y su estúpido perro” me puse melancólico.

Pero no lo hizo, así que ahora, usted se va a la cárcel, y yo a mi casa a descansar – disfruté decir eso.

La policía se queda sin jefe. Lo primero que hacen los oficiales es ofrecerme el cargo, el cual acepto con alegría. “¡Al fin! Nunca más lidiaré con esos irrespetuosos alumnos. Ahora si podré empezar a vivir como quiero”

Feliz y conforme con el resultado, me voy a mi casa. Cuando llego a la casa, me reciben los perros con una gran alegría, moviendo la cola.

Shaggy, Scooby, a dormir. A partir de mañana, empezaremos una nueva vida.

 

JuanFra

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