Parecía el Típico Caso Policial

“Una anciana compra joyas tranquilamente cuando, de repente, se ve en un hecho delictivo. El joven hombre, encapuchado, con una gorra negra y anteojos de sol, apunta a la dueña de la joyería y le pide que entregue todo. La anciana no puede evitar pegar un sutil grito de susto, lo cual llama la atención del delincuente, le pide la cartera, que ella le entrega sin problema y al instante, ya no respira, una bala en el pecho le quita la vida en solo un momento.

Victima: Marta Pereyra. Una señora de avanzada edad, millonaria y viuda. Vivía sola y, según amigos de la victima, era aficionada al juego.”

 

Así describe el caso, el expediente de la policía federal. Pero el detective Hernández no cree eso. Hay cosas que no se terminan de cerrar en su cabeza. ¿Por qué el delincuente habría escapado sin retirarle el dinero a la joyería? ¿Por qué mato a la anciana, si ella le entrego lo que tenia? ¿Por qué…? 

Para él un caso incompleto era un fracaso total. Para él, tenían que estar TODOS los indicios resueltos, no tenia que haber ningún error o sino, no era un trabajo completo.

En sus años de investigador, nunca le había ocurrido nada similar, todos sus casos habían sido estudiados a fondo y resueltos hasta su fin. Algunos tenían una resolución bastante estúpida, pensaba, y en otros había que pensar más, pero ninguno había permanecido en su cabeza, persiguiéndolo, como cuando uno siente culpa, el sentía que nada cerraba todavía.

Al salir de la universidad de abogacía, el investigador, (que trabaja como profesor, para poder equilibrar su sueldo, que no era suficiente), camina lentamente, con la cabeza todavía en ese enigma y el sol del mediodía pegándole directamente en la cara, cuando de repente se choca con un joven estudiante, seguramente de ultimo año piensa, y se desploma en el piso. Enojado, se da la vuelta para reclamarle a su agresor y, por primera vez, se fija en los rasgos faciales del chico, que siguió caminando mientras aún lo miraba, tenía los ojos rojos, la boca seca, tenia una expresión en la cara, en la que parecía confundido o perdido, parecía que se sentía paranoico, estos rasgos no le sorprendieron, ya había visto otros estudiantes con el mismo aspecto, era obvio que el joven estaba bajo los efectos de la marihuana.

Aun extrañado por aquel raro acontecimiento, se incorpora del suelo y se propone a retomar su rumbo pero, al girar la cabeza hacia el lugar del incidente, ve algo en el suelo. Era una cartera. Seguramente se le habrá caído al joven, piensa Hernández mientras la recoge, pero qué extraño, ¿por qué un joven hombre llevaría una cartera de mujer a la universidad? Dejalo, se dice, eso no te incumbe.

Sigue su camino hacia su hogar, abre la puerta, y se postra sobre la cama y, dejando todo sobre la mesa, se dispone a dormir. Fue una larga siesta, porque se despertó a las ocho de la noche, con un hambre que lo consumía y con más cansancio del que tenía al acostarse.

Se toma una ducha bien fría, como las que acostumbra tomar los calurosos días de verano, aunque sea de noche. Se prepara una rápida pero abundante cena y, por fin, tiene tiempo para ordenar sus cosas y pensar en el caso que tan agobiado lo tenía.

Antes de sentarse en su sillón favorito, Hernández ve la cartera que había dejado al llegar, se sienta cerca del teléfono y se dispone a revisarla para ver si encontraba un número de teléfono con el que poder llamar al dueño y acordar un día para devolverle lo que es suyo.

Encuentra la billetera, esperando encontrar dentro de ella alguna identificación, la cual encuentra, pero se sorprende al ver la foto.  Pertenecía a una anciana, comienza a pensar que era la victima del caso en el que tanto había pensado cuando, al leer el nombre “Marta Pereyra”, lo confirma.

Comienza a revisar más a fondo la cartera, y aunque no encuentra mucho, solo eso le bastó. Había una agenda en donde tenía el nombre y el teléfono de su único familiar vivo, su nieto. Había una copia de su testamento, cosa que le pareció raro al investigador, en donde designaba toda su herencia a un vecino, con el cual había tomado bastante confianza, y al cual le delegaba todo porque, por más que quería mucho a su nieto, no pensaba que fuera lo suficientemente maduro para acceder a su fortuna sin derrocharla. Encuentra una orden de desalojo, la cual era destinada al nieto, “Pablo Pereyra”, quien vive en un departamento chico que se encuentra por la zona. También estaba le factura de un seguro de vida, cuyo beneficiario era su tan querido nieto, el cual recibiría una gran suma de dinero. “Para ayudarlo un poco” piensa Hernández.

Ahora tenía preciosa información que le permitió tener una pequeña hipótesis, pero ésta tenia que ser comprobada. Pero antes, necesitaba leer el diario, necesita actualizarse, piensa. Se prepara un mate y se dispone a leer el periódico y, ya la primera plana le llamo la atención: “Hombre asesinado en robo de kiosco”; pasa a la pagina en la que esta el artículo. La descripción del delito era bastante parecida a la del caso de la mujer. Y la descripción del delincuente, aún más. La victima? El vecino de Marta. Todo concordaba. Siente que se acerca cada vez más a la resolución del caso.

Al día siguiente, en la estación de policía, pide los videos de las cámaras de seguridad de la joyería y del kiosco.

En ambos videos estaba el delincuente, encapuchado, con una gorra negra y anteojos de sol.  Miraba para todos lados, especialmente hacia las cámaras, parecía asustado e inseguro. “¡Que tecnología!” no pudo evitar decir Hernández, al ver que se podía acercar la imagen mas de lo que el se imaginaba. En una parte del kiosco, el encapuchado se retira los anteojos de sol, haciendo un gesto de restregarse los ojos. En ese mismo momento, el investigador pide que pausen la imagen.  Logra distinguir sus ojos, que le llamaron la atención, eran ojos rojos, ya los había visto en alguna parte. En ese momento se acuerda de aquel joven con el que se había chocado el día anterior. No cabía duda, en ambos delitos era el mismo delincuente, el cual era el mismo chico con el que había colisionado, la inseguridad, la paranoia, los ojos. “Ese Pablo no deja de estar fumado” piensa Hernández, con una sutil sonrisa que incluso lo sorprendió.

Ya tenia la hipótesis confirmada: “El joven envidiaba a su abuela por el dinero que ella poseía y, debido a su situación hogareña, la asesinó para cobrar el seguro de vida. Se disfrazó de delincuente, fingió un robo en la joyería donde la abuela se encontraba y, cuando ya la mató, escapó sin mirar atrás y sin retirar el dinero de la cajera.

Luego, al leer el testamento, y al enterarse de que él no era el beneficiario, concentró su furia contra el vecino de Marta, al cual asesinó usando prácticamente el mismo método. Así recibiría, al ser el único heredero de sangre, el tan anhelado testamento.”

Se dispuso a capturarlo él mismo, así que, al ser profesor de la universidad donde el chico estudiaba, lo citó para un día, así podría “charlar” con él.

Llega el día, Hernández ya está en el aula vacía, esperando, con un arma, que no había usado hace mucho tiempo y con el que no era muy bueno, y unas esposas.

Repentinamente, se abre la puerta bruscamente y, a través de ella, entra el joven, con un porro de marihuana en la mano y bastante alterado, debido al efecto de la droga.

¿Qué quiere?, estoy ocupado. – dice el impaciente joven.

Tranquilo, hablemos de hombre a hombre. – responde el investigador, sin pensar mucho en lo que dice.

¿De que quiere hablar? Ni siquiera lo conozco.

Disculpe, que grosero soy, mi nombre es Hernández.

El mío Pablo, ¡pero ya! ¡Ahorrémonos las formalidades! Vaya al grano.

Cierto, disculpe – dice Hernández, dispuesto a desnudar los pensamientos del chico y, ya que había estudiado psicología un par de años, quiso hacer uso de esos conocimientos – quería hablar sobre… tu familia.

Repentinamente, el chico cambia la cara, esa pregunta lo sorprende.

Me dijeron que tu querida abuela ha muerto. ¿Como has recibido esta noticia?

Muy mal. Me puse muy triste. – Expresa el joven con una fingida calma y tristeza – pero la vida sigue y no hay que lamentarse por cosas del pasado.

Claro, solo una cosa. Vos… ¿tuviste algo que ver con eso?

Otro repentino cambio en la expresión del chico. Este gesto es de enojo, la ira se refleja primero en su rostro y luego en sus acciones; del bolsillo saca un arma, más o menos parecida a la del investigador. Éste extrae la suya y, como en las películas, ambos se ven apuntándose mutuamente.

No me vas a atrapar. ¿Te pensas que soy idiota? No me vengo desprevenido. Vos tenes la cartera de esa vieja. Ya me descubriste. Y ahora lo único que me queda es matarte para que te dejes de joder. – el joven expresa una gran ira en cada palabra que dice.

; ¿No sentís nada? ¿En serio? ¿No sentiste nada al asesinar a tu única familia? – interroga Hernández tratando de ser un psicólogo improvisado.

No, y no me importa. Me vi forzado a hacerlo, me iban a echar de la casa si no pagaba el alquiler. Y esa era la única forma de conseguir dinero. Además ella ya había vivido su vida.

¿Realmente pensas que esa era la única forma?

Si, no quedaba otra.

¿Sabías que Marta te apreciaba demasiado? ¿no? Podrías haberle pedido ayuda, podías haberle dicho que necesitabas dinero, y ella te lo iba a dar sin rezongar. ¿No pensaste en eso? ¿No creías que ella fuera capaz de hacerte un favor? A su único nieto. ¿No se te ocurrió eso?

Si pero… – Los efectos de la droga parecieron desaparecer por unos minutos. Por primera vez, Hernández pareció verlo con los pies en la tierra y a la vez, fuera de si. Pero solo por un instante. El joven vuelve en si, vuelve a tambalearse y, con los ojos llorosos dice –… tenes razón, no lo había pensado…

Comienza a dejar de apuntarlo al investigador, en cambio, acerca su pistola a su cabeza. Hernández se sobresalta, no se esperaba esa reacción.

¡¡¡Lo siento abuela!!! – fue su ultimo expiro. Aún con lágrimas en los ojos, aprieta el gatillo, el ruido llena la sala y llama la atención de los otros profesores.

Cuando llegan, en el suelo yace el joven con la cabeza perforada por la bala.

Lo recogen y lo llevan a la funeraria. Donde se encargarían de él.

Hernández vuelve a su casa. Abrumado por aquel trágico final que tuvo su caso pero, al mismo tiempo, conforme, porque había llegado al final del enigma.

Así, con lágrimas en los ojos, pero una sonrisa en el rostro, se acuesta. Mañana será un nuevo día.

JuanFra

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