Speechless Chain

Ocurrió hace 60 años. Aún recuerdo su cara pálida, la euforia que su arrugado rostro, a duras penas dejaba notar. El fugaz deseo de poder dirigirme aunque sea una palabra, una sola frase, y la posterior decepción notoria en su mirada al no poder hacerlo. No veo diferencia alguna cuando contemplo mi reflejo en cualquier cristal.

De joven, nunca fui alguien que se preocupara por su futuro. Sentado frente a la computadora, dedicaba interminables horas de mi infancia a mejorar mi habilidad en los videojuegos, y… solo eso. Subir de “nivel” a mi personaje, comprar nuevas armaduras, nuevo armamento; aprender más y mejores poderes mágicos, defender torres, asesinar dragones, terminar primero en las carreras de autos callejeras; eran solo algunas de mis incontables metas diarias. Vivía una múltiple vida virtual, lo cual deterioró mi única vida social. Los pocos amigos que aún me soportaban, decían que yo no tenía vida, a lo cual yo respondía sonriente que simplemente me había decidido a poseer muchas de ellas.

Claro, siempre y cuando lo pudiera hacer por escrito. Expresarles aquel pensamiento de manera verbal, era impensable. Siempre fui un joven de pocas, más bien, inexistentes palabras, no por un deseo propio, sino por incapacidad. No, no soy mudo ni tartamudo, simplemente soy incapaz de articular palabra alguna frente a cualquier otro ser humano. Esa fue la razón por la que los videojuegos ocuparon casi la totalidad de mi vida.

He ido a psicólogos, los cuales rápidamente se hartaban, al no lograr que yo dijera absolutamente nada. Me han medicado inútilmente. Al no llegar a ningún resultado, rápidamente abandonaron todo intento por tratarme y me anotaron en la lista de “casos perdidos”.

Mis cuerdas vocales solo eran útiles para una sola cosa: cantar. Tal vez tengo el ego muy alto, tal vez no, pero mi habilidad vocal, a mi criterio siempre fue muy alta. Puedo rapear rápidamente, gritar agudísimo, entonar melodías complicadísimas y hacer sonidos guturales de los más agresivos. Lamentablemente, solo pude utilizar este don para desahogo propio ya que, cada vez que había público, sea una o cien personas, me paralizaba y no lograba decir nada. Frustrante. Me instalé un estudio en la soledad de mi hogar al cumplir 18 años, con el cual pude editar CDs musicales, cuyas ventas en formato digital por internet me ayudaron a subsistir económicamente.

Una vida monótona es producto de una mente monótona, la cual a su vez, se forma de acuerdo a las posibilidades que, tanto la vida como el mundo que nos rodea nos brinda, de acuerdo a la libertad que cada individuo sienta que posee. Mi existencia habría sido igual y mi motivación hubiera sido siempre nula de no haber ocurrido, un 4 de noviembre de 2016, a mis 21 años de edad, el suceso que narraré a continuación:

“Un día como cualquier otro, estaba yo encerrado en mi habitación con los ojos al rojo vivo, producto de la radiación de mi pantalla de 27”, los oídos saturados tras interminables horas de música al máximo volumen, y mi adrenalina al límite debido a que me encontraba en medio de una contienda frente a frente contra el Gran Dios Dragón “Alduin”. Faltando un solo golpe para derrotarlo de una vez por todas y salvar así al mundo de ser devorado, se corta la luz de mi casa. No pude evitar soltar en ese mismo instante un desgarrador grito de “NOO!” seguido de insultos al cielo y a la tierra, descargando toda la adrenalina en forma de furia a través de mi puño derecho contra la inocente pantalla, la cual se estampó contra el muro que se encontraba detrás, acabando sus restos desperdigados, parte sobre el escritorio, parte en el suelo y, el resto, clavados entre mis nudillos. Lágrimas rodaron por mis mejillas en forma de gotas de lluvia, lo cual aplacó mi bronca y la transformó en lamento. Tendría que recomenzar todo desde el principio.

Repentinamente, el agobiante silencio que me rodeaba fue bruscamente interrumpido por un incesante sonido que simulaba el del insoportable vuelo de un mosquito. Comenzando muy levemente, cual susurro de brisa primaveral, fue aumentando en intensidad rápidamente, hasta convertirse en un horrible chirrido que aturdió a mis tímpanos en cuestión de segundos. Cuando alcanzó el tope que mis oídos pudieron soportar, un haz de blanca luz cegadora iluminó la habitación, reemplazando completamente aquel infernal ruido y, a cambio, dejándome oír un silencio sepulcral. Mis pupilas reaccionaron tarde y me cegué por unos segundos, durante los cuales incluso creí haberme quedado sordo. Sordera que solo fue quebrada por un seco “crack”, mi cama de madera, y por un casi inaudible murmullo quejumbroso.

Al retomar mi capacidad de visión, lo pude contemplar: tendido sobre mi destrozada cama, una envejecida y casi desnuda figura humana intentaba vanamente ponerse de pie. Supuse alguna fisura en su espalda, pero no puedo afirmarlo. Llevaba puesto únicamente un desabrochado delantal blanco impermeable con dos bolsillos. Permanecí paralizado mientras, tras reiterados intentos fallidos, el sujeto se tocó las nalgas en un repentino acto de desesperación para luego rendirse y, postrado como estaba, dedicarme una decepcionante mirada llena de lágrimas.

En ese instante fue cuando lo comprendí todo. Ya había visto la misma mirada llorosa incontables veces frente al espejo. Siempre que me dirigía al baño, al contemplar mi rostro frente al único cristal de mi hogar, no podía evitar llorar desconsoladamente, jurándome que algún día todo iba a cambiar. Tal vez, ese fue el día en el que lo logré. Solo quizás. Probablemente no.

Todo ocurrió demasiado rápido a partir de ese momento. El anciano retiró de su bolsillo derecho un objeto brillante y afilado, con el cual comenzó a clavarse el brazo izquierdo, dibujando lo que en un principio parecieron ser solo símbolos. No pude evitar notar profundas cicatrices entre los nudillos de su mano derecha.

Observando horrorizado aquella sangrienta escena, mi corazón solo consiguió latir más y cada vez más rápido a cada segundo, fruto de la impotencia surgida al leer aquella palabra. Paralizado en mi lugar, solo pude derramar lágrimas.

 

“SPEECHLESS”

 

Así me sentí yo, cada maldito segundo de mi vida. Este sujeto solo llegó para decirme algo que yo ya sabía, en un intento inútil de cambiar mi futuro. Elevó aquel objeto hacia la luz de la luna, dejándome contemplarlo detenidamente. Era una daga, tallada en ambos lados de su hoja con tan horrible palabra. En un ágil movimiento, aquella arma blanca ya se encontraba clavada en el frágil cuello de un frágil hombre, supongo que entre las cuerdas vocales. Un hilito de sangre brotó inmediatamente de la herida, deslizándose por el lado derecho del cuello con un suave movimiento de oruga. Sus ojos, abiertos aún, me dedicaron una mirada vacía, carente de alma, que me estremeció y sacudió hasta la última medula ósea del hueso más insignificante de mi cuerpo.

Otra vez el agobiante y lúgubre silencio. No recuerdo cuánto tiempo permanecí contemplando al moribundo cuerpo lleno de cicatrices ya sin aliento, sin espíritu, yacer sobre el colchón humedecido por la sangre. Solo que, una vez que pude reaccionar, noté un extraño bulto en uno de los bolsillos del delantal, el izquierdo. Cada paso que di en dirección al difunto anciano resonaba en la inmensidad de mi mente, rompiendo con el silencio primero en seco, y luego salpicando en el pequeño charquito rojo que se fue formando.

Una cámara de fotos, eso fue lo que extraje del bolsillo del anciano. Una insignificante camarita carente de importancia, o eso creí al principio. Revisando una por una las imágenes no encontré diferencia alguna entre ellas. El mismo viejo, la misma sangre, la misma oscuridad, la misma daga, la misma palabra. En total sumaban más de 100 fotos, 100 archivos con la misma imagen. Los brazos comenzaron a temblarme, pero supe al instante lo que tenía que hacer, así que, con pulso firme, tome una fotografía de aquella horrible escena, tiré la cámara sobre el cadáver y salí corriendo desesperadamente hacia la ventana, saltando a través del vidrio. Ni yo sé porqué lo hice.”

Tras esos acontecimientos, dediqué el resto de mi vida al estudio de las ciencias.  Tal suceso comprometió mi vida a la realización del sueño de aquel hombre: poder comunicarse consigo mismo. Viajes a través del tiempo, el mayor sueño de muchos, fenómeno aún no realizado, imposible para otros. A pesar de todo, nunca perdí la esperanza.

Hoy, 4 de noviembre de 2076, a mis 81 años de edad, me encuentro en mi antigua habitación, envuelto en la penumbra y escribiendo esto a la luz de las velas, tal como se solía hacer antaño. Cada vez que contemplo mi puño derecho, cada una de las cicatrices entre mis nudillos, se me oscurece el semblante y de mis ojos comienza a llover. Nunca podré derrotar a “Alduin”, nunca podré determinar el futuro del mundo, ni salvarlo de su perdición, ni perecer junto a él como un intento de héroe. A cambio, determinaré mi propio futuro, o eso espero hacer.

Todo está listo, me encuentro parado sobre mi propia sangre, ya seca debido al paso del tiempo. Preparé una muy extensa grabación, la cual contiene cada uno de mis sentimientos expresados, cada una de mis vivencias durante estos 81 años de vida, con el objetivo de mostrárselas a mi otro yo. Poder comunicarme conmigo mismo será la mejor experiencia que jamás podré experimentar, sentirme libre al fin y morir en paz.

Siento que me olvido de algo, pero ya no hay tiempo que perder, debe ser un detalle insignificante. Colocaré la grabación en el bolsillo trasero de mi jean y por las dudas, solo por las dudas, me pondré aquel impermeable y blanco delantal. Daga en el bolsillo derecho y cámara en el bolsillo izquierdo. Me veo en la obligación de llevar eso que parece una túnica, con los dos objetos, tan simples para el ojo de cualquiera, transformados en reliquia por mi memoria.

Cierro los ojos y pulso el botón rojo temido por tantos. Vienen a mi recuerdo aquél haz de blanca luz, aquél insoportable zumbido de mosquito. Ya no distingo mi imaginación de la realidad, me encomiendo al tiempo. Que sea lo que Él quiera.

JuanFra

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